los 3 factores que condicionan la respuesta al estrés y lo que comes

Los tres factores que condicionan la respuesta al estrés y lo que comemos

Hoy nuestro codirector Iker Martínez te habla de la relación entre el estrés y lo que comemos y los tres factores que la condicionan: la intensidad del estresor, nuestra relación previa con la comida y la respuesta neuroendocrina personal.

En tu caso, ¿la tensión te da hambre o te lo quita?

A todos nos ha pasado en algún momento de nuestra vida que, sin saber por qué, nos dan ganas de comer algo sabroso. En ese momento nuestra mirada entra en una sospechosa visión de túnel que parece solo fijarse en azúcar o alimentos procesados ricos en grasa.

Si nos detenemos a investigar un poco sobre esta situación, resultará relativamente fácil darnos cuenta de que ese impulso por los alimentos llamados palatables, suele surgir en momentos en los que sentimos estrés. No obstante no siempre es así para todos, ya que hay otro grupo de personas que bajo ese mismo estrés, se les cierra el estómago y se les van las ganas de comer.

Podemos ir incluso más allá y es que incluso en una misma persona el estrés puede afectar de diversas formas, generándoles a veces deseo de comer y otras veces lo contrario.

Entonces con esta información la pregunta sería, ¿el estrés da hambre o la quita?. Pues dependerá de varios factores que te voy a explicar a continuación.

Los tres factores

Según diferentes estudios, la respuesta alimentaria ante el estrés no es homogénea: de media, en un 30% de las personas el estrés aumenta la ingesta de alimentos, en un 48% la disminuye y en 22% ni lo uno ni lo otro.

¿De qué depende esta variabilidad? De tres factores fundamentales: la intensidad del estresor, nuestra relación previa con la comida y la respuesta neuroendocrina personal.

Intensidad del estresor

En nuestro día a día vivimos situaciones de diferente intensidad. Para que entiendas a qué me refiero, no es lo mismo una pequeña discusión con nuestra pareja o un amigo, a tener a un ser querido ingresado en la UCI.

De forma general, tal y como demuestra un estudio publicado en ‘Psychosomatic Medicine’, a mayor intensidad del estresor, menor ingesta alimentaria.

Incluso en una observación inversa se establece que el hecho de que ante una situación de estrés disminuya o no nuestro apetito es un marcador fiable de la severidad del estrés que está generando en la persona esa circunstancia.

Sin embargo, las situaciones que generan estrés medio, las más cotidianas, parecen estar más relacionadas con el aumento de la ingesta alimentaria tal y como demuestra una investigación con mujeres premenopáusicas recogida en ‘Psychoneuroendocrinology’.

Cuando la situación de estrés se alarga y se vuelve crónica, se va produciendo un condicionamiento en la preferencia en la elección de los alimentos, aumentando como favoritos aquellos alimentos que presentan alto contenido energético.

Relación previa con la comida

Cada uno de nosotros tenemos tipo de relación con la comida. A grandes rasgos podemos encontrar dos grandes tipos de personas: los comedores autorrestrictivos, es decir, aquellos que tienen que ejercer un nivel de autocontrol muy elevado para no dejarse llevar por ingestas excesivas (tienen tendencia a la ingesta emocional); y  aquellos que no tienen problemas para mantener un patrón de ingesta equilibrado sin un excesivo esfuerzo restrictivo.

Un trabajo publicado en ‘Journal Psychosomatic Respuest’, llevado a cabo en 58 mujeres y 32 varones, constata que las personas que cuentan con ese nivel alto de autorrestricción, tienen una mayor respuesta de hiperfagia en una situación de estrés.

¿Por qué sucede?

Parece ser que el estrés genera algunos cambios en nuestra capacidad cognitiva de autocontrol, modificando las conductas asociadas a la restricción dietética y aumentando las hormonas que facilitan la ingesta emocional. Es por eso que aquellos que cuentan con este perfil autorrestrictivo, generen una desinhibición de la ingesta.

Todo esto está asociado a los cambios que el estrés crónico va produciendo en el funcionamiento de nuestro cerebro, en el que se produce un desequilibro en algunas zonas relacionadas con la motivación y la toma de decisión en respuesta a las señales de los alimentos.

La amígdala, el estriatum dorsal, el córtex medial orbitofrontal y el córtex cingulado anterior, muestran una mayor activación en los grupos con estrés crónico en comparación a los grupos de bajo estrés. A nivel cognitivo, esto se traduce en que las personas con estrés crónico tienen una conectividad diferente entre la amígdala y las zonas de formación de hábitos, recompensa y toma de decisiones.

Esto quiere decir que cuando ven un alimento lo perciben como más apetecible y surge un impulso endógeno sobredimensionado hacia consumir ese alimento. Tal y como demuestran investigadores de la Universidad de California (EEUU) en un estudio publicado en ‘Physiological Behaviour’, todo ello predispone aún más a un mayor consumo de comidas hipercalóricas y picar entre horas.

Diferencias individuales

Las diferencias individuales, es decir, la respuesta neuroendocrina, es la que está en la base fisiológica.

Sabemos que la ingesta de alimentos depende de diferentes mediadores: encontramos los que aumentan el hambre (grelina, cortisol, neuropéptido Y) y otros que generan saciedad (leptina e insulina fundamentalmente).

Además de esto, hay otros condicionantes que más allá del hambre fisiológico generan apetito, deseo de comer (dopamina).

Los estudios dicen que cada uno de nosotros contamos con un tipo de respuesta neuroendocrina básica durante el estrés, que va modulándose desde el periodo gestacional hasta el día de hoy. De esa respuesta depende que los mediadores anteriormente nombrados sean segregados en mayor o menor medida y que nuestro cerebro está condicionado hacia una mayor o menor apetencia de ciertos alimentos cuando estamos estresados.

Con todo lo visto hasta ahora, podemos resumir diciendo que el estrés condiciona nuestra relación con la comida de manera individual. Como norma general, los estresores más intensos suelen generar una disminución del hambre mientras que los estresores medios cotidianos aumentan el deseo de comer (apetito) en un porcentaje importante de la población.

Ante estos impulsos hacia la comida sabrosa cuando son generados por estrés, contamos con poderosas armas evolutivas como el deporte, que genera una regulación en nuestro cerebro que disminuye la necesidad de comer, siendo una opción bastante interesante antes de dar el primer bocado.

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#behealthy! 

Referencias

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