Estrés, hormesis y salud

Vivir es exponerse de manera continuada a la amplitud de la vida, salir de nuestras zonas de seguridad para afrontar retos, amenazas o desequilibrios que ponen a prueba nuestra capacidad adaptativa.
Nuestro cuerpo necesita equilibrio, no un equilibrio estático donde nada se mueve, sino un equilibrio dinámico donde en la interacción entre el exterior y el interior siempre existe una oscilación, un movimiento dentro de unos rangos asintomáticos de salud. Ese “equilibrio” interno en la relación con lo externo se denomina homeostasis (Cannon).
El estrés puede definirse como “Respuesta a cualquier amenaza a la homeostasis del organismo, real (física) o esperada (psíquica), creada por factores tanto endógenos como exógenos (McEwen 2000). Esto, equivale a que en esa interacción con la vida se produzcan situaciones en las que perdemos nuestro equilibrio interno, saliendo de la homeostasis, para responder a algún tipo de situación de estrés. Cuando esto ocurre nuestra biología responde de un modo global y coordinado para tratar de dar respuesta a la amenaza y recuperar lo antes posible su homeostasis, es decir, su equilibrio interno. A esta respuesta se le llama alostasis y el costo que tiene para nuestro organismo dar esta respuesta y volver a la homeostasis se denomina carga alostática (McEwen, 2002).
Resumiendo, cuando estamos en calma, conviviendo con situaciones cotidianas sobre las que tenemos un grado importante de control y nos exigen poco vivimos en homeostasis. Cuando aparecen situaciones de estrés, nuestro cuerpo se ve obligado a activar sus diferentes sistemas de respuesta (alostasis) para afrontar el estresor y recuperar su equilibrio, teniendo esto un costo (carga alostática).
Asumiendo que el hecho de vivir nos obliga a afrontar situaciones de estrés y que esas mismas situaciones pueden ayudarnos a fortalecernos y crecer o todo lo contrario, es interesante reflexionar sobre la dosis de estrés óptima para nuestra salud.
O retomando el dicho de Paracelso “todo es veneno y nada es veneno, solo la dosis hace veneno”, encontramos el concepto hormesis.
La hormesis es el proceso por el cual la exposición a una dosis baja de un agente químico o bien un factor ambiental, que es dañino a dosis altas, induce una respuesta adaptativa y/o un efecto benéfico en la célula o el organismo (López-Diaz Guerrero 2013). Si lo llevamos al estrés, deberemos de tener en cuenta que al igual que una dosis excesiva de estrés, no exponernos a una dosis mínima de estrés también será negativo para nuestro organismo. Por lo que deberemos encontrar la cantidad adecuada de estrés que potencia nuestra resiliencia sin generarnos síntomas excesivos ni patologías.
Como decíamos antes el estrés es una respuesta, de tal modo que no podemos calificarlo como positivo o negativo, sin embargo, si encontramos una clasificación en la que encontramos dos términos más allá del estrés: eustrés y distrés.
El prefijo de origen griego EU, nos indica a que algo es bueno (R.A.E), por lo que el concepto eustrés nos habla de una cantidad de estrés óptima en la que los parámetros fisiológicos y/o psicológicos de la persona son respetados.
Por el contrario el prefijo DIS expresa contrariedad o negación (R.A.E.), de aquí que el distrés nos remita a una dosis de estrés excesiva, donde la biología de la persona es sobrepasada en alguna de sus áreas (Gallego Zuluaga, 2018) apareciendo algún tipo de síntoma o patología.
Teniendo en cuenta que el estrés no se puede evitar porque es la respuesta de adaptación del cuerpo a cualquier demanda que se le haga (Gallego et al 2018) deberemos de prestar atención a cuanto estrés estamos sometidos. Aquí encontraremos dos variables a las que atender, por un lado la intensidad: cuanta es la dosis de estrés. Y por otro lado el tiempo: cuanto tiempo se mantiene dicha situación de estrés.
De este modo, la intensidad y el tiempo pondrán a prueba nuestra resistencia o capacidad adaptativa, siendo esto algo completamente individual para cada ser humano. Esta resistencia se determina por dos variables principales (de Rivera, 2010): genética y epigenética. La genética es la resistencia a los diferentes tipos de estrés con la que nacemos; mientras que la segunda es la resistencia adquirida por experiencia o entrenamiento una vez ya hemos nacido.
Sumando la intensidad del estresor y el tiempo que dura, interactúan con la resistencia genética y adquirida de cada uno de nosotros, apareciendo síntomas o patologías cuando intensidad y/o tiempo superan resistencia (de Rivera, 2010). Es por esto que determinar los límites es muy difícil, ya que las variables son difusas. Aún así y teniendo en cuenta las diferentes resistencias que podemos encontrar en diferentes personas, los síntomas si son más comunes empezando por los síntomas en los que el sistema de activación (simpático) aumenta su actividad, no cediendo al sistema de relajación (parasimpático) cuando este tiene que dominar. Alteraciones del sueño, dificultades digestivas, tensión muscular, aumento de la tensión arterial o de la frecuencia cardiaca son primeros síntomas de este desequilibrio entre el simpático y el parasimpático (de Rivera, 2010).
Para nosotros los seres humanos, especialistas en buscar nuestros límites, será todo un reto encontrar esa dosis hormética que nos permitirá vivir afrontando retos sin sobrepasar nuestra resistencia.






