La magia y ciencia, que hay detrás de una sonrisa
Mañana día 5 viernes y el sábado 6 (día de Reyes) quizás sean un días en los más sonrisas hay al unísono en España. Sonrisas movidas por la ilusión propia o compartida, de niños y mayores, o incluso de mayores al recordar cómo eran estos días cuando eran niños. Sonrisas hay de muchos tipos (entre falsas y verdaderas), pero la única afirmación de este post sin base científica es que las SINCERAS se sienten, sientan o asientan, un reflejo propio y positivo en uno mismo y los demás.
Por todo ello, recuperamos hoy un artículo de nuestro codirector, Iker Martínez, que sorprende con su contenido y las propuestas tan interesantes que comparte. Y no es para menos este artículo en el que te habla de la magia que hay detrás de una sonrisa, como no, teniendo en cuenta la evidencia científica. No te lo pierdas porque ¡te encantará!
Encontrar una sonrisa
Sí, yo también sé que encontrar hoy en día una sonrisa es complicadísimo. Levantar la mirada y encontrarte con el panorama actual, lleno de noticias de contenido negativo, preocupante, y datos de salud y económicos escalofriantes…son desde luego factores cuyo efecto emocional lleva sonreír a un segundo plano.
De hecho, puede parecernos absurdo atender a ese pensamiento que, en ocasiones, pasa por nuestra cabeza invitándonos a sonreír voluntariamente, un pensamiento quizá un tanto naíf que nos hace preguntarnos, ¿cómo voy a obligarme a sonreír si no «tengo» motivos?
La hipótesis del feedback facial de Strack
En 1988 Fritz Strack planteó la hipótesis del feedback facial. El psicólogo alemán propuso que la contracción muscular que se produce en nuestro rostro cuando sentimos una emoción, sonreír, no solamente es consecuencia de la propia emoción, sino que también participa de la causa.
El doctor Strack trataba de mostrar que existe una retroalimentación entre la contracción de los músculos del rostro y la actividad cerebral, y que en esta relación bidireccional, un estímulo desde cualquiera de ambos puntos tendrá un efecto en el otro.
Como toda expresión emocional, sonreír implica contraer diferentes músculos faciales. Cuando lo hacemos, en el momento en que nuestro rostro muestra su sonrisa, comienza una pequeña fiesta en la que el cerebro se convierte en el primer espectador de nuestra sonrisa.
En un estudio publicado en 2013 se mostró la correlación existente entre la risa y el cerebro. La investigación consistió en provocar la risa a través de las cosquillas mientras se monitorizaba la activación de diferentes zonas cerebrales. Y lo que se observó fue, que reírnos tiene un amplio efecto inmediato en nuestro cerebro y que, en consecuencia, se modifica la actividad general de nuestro cuerpo.
La acción de reír estimula zonas del cerebro
Reír, estimula zonas de profunda relevancia en el cerebro, como por ejemplo, el hipotálamo lateral, área relacionada con la regulación de la homeostasis de nuestro cuerpo.
La acción de reír activa también la amígdala cerebral, que es el primer filtro de la memoria emocional y centro neurálgico de inicio de nuestras emociones. Este conjunto de neuronas juega un papel vital en la analgesia, como es la sustancia gris periacudectal (PAG), que también se activa durante la risa; o el hipocampo, clave en nuestra memoria. Existen también unos circuitos de especial relevancia situados en el córtex ventromedial que ayudan a la producción de endorfinas cuando reímos, y contribuyen a disminuir el dolor y aumentar la sensación de bienestar. Por lo tanto, del mismo modo que correr no es solamente mover las piernas, reír es mucho más que mostrar una sonrisa.
¿Son iguales todas las personas?
La respuesta es no, todas las personas no son iguales. Algunos estudios clasifican hasta 10 tipos diferentes de sonrisa, y no todas tienen que ver con la expresión de emociones positivas. Además de alegría, orgullo o satisfacción, existen sonrisas que expresan vergüenza, desprecio, incredulidad e incluso temor.
Vamos a fijarnos ahora en dos tipos de sonrisa que inciden de diferente manera en el reclutamiento de las fibras musculares del rostro. La primera es la sonrisa social, que es la que esbozamos de manera obligada en las interacciones con nuestros congéneres. Hay quien la llama «sonrisa falsa», cuestión debatible, ya que sonreír, aunque sea de modo social, ayuda a una interacción más saludable entre personas. Este tipo de sonrisa se produce cuando únicamente contraemos la musculatura de alrededor de la boca.
La segunda es la sonrisa Duchenne o sonrisa genuina. Este tipo de sonrisa contrae tanto la musculatura en torno a la boca como la musculatura de alrededor de los ojos, y produce esas típicas arrugas o patitas de gallo. En esta sonrisa, todo el rostro sonríe.
¿Tiene algún efecto beneficioso sonreír ante una situación de estrés?
El rostro y el cerebro mantienen una intensa relación bidireccional. Lo que vemos más habitualmente es que las personas esperaramos a que la vida nos haga sonreír. Es decir, aguardamos a que ocurra algo que genere en nosotros una respuesta emocional y que esta se traduzca en una sonrisa.
No obstante, siguiendo la teoría de Strack, sería razonable plantearnos la validez de hacerlo al revés, es decir, sonreír voluntariamente para lograr un cambio en nuestro cerebro que nos aporte un beneficio. ¿Sería posible esta inversión? Esto es lo que se preguntaron Tara Kraft y Sarah Pressman, psicólogas de la Universidad de Kansas. Llevaron a cabo un estudio en el que buscaban evidenciar los posibles efectos beneficiosos de sonreír ante una situación de estrés. En su investigación, reclutaron a 169 participantes y los dividieron en tres grupos, a los que instruyeron para mantener un palillo entre los labios generando diferentes expresiones faciales.
A los del primer grupo, les enseñaron a conservar una expresión facial neutra mientras sostenían un palillo en la boca, mientras que a los del segundo, les enseñaron a contraer los músculos de alrededor de la boca para generar una sonrisa social mientras sostenían el palillo. Finalmente, a los integrantes del tercer grupo, les enseñaron a contraer los músculos en torno a la boca y los de alrededor de los ojos para lograr una sonrisa genuina o sonrisa Duchenne mientras sostenían el palillo.
En los grupos dos y tres se incluyó una diferenciación: a la mitad de los componentes de cada grupo se les aleccionó para sonreír conscientemente, mientras que los de la otra mitad no fueron conscientes de que su gesto facial era esbozar una sonrisa.
Una vez instruidos en sonreír (importante recordar que se trata de una sonrisa autoinducida), los participantes fueron sometidos a diferentes pruebas de estrés. Una de las pruebas fue un estresor más cognitivo: pintar una estrella de cinco puntas con la mano no dominante.
La segunda prueba consistió en un estresor físico: introducir la mano en agua fría con hielo. Ambos ensayos tuvieron que realizarlos mientras mantenían la expresión facial asignada a cada grupo: algunos no reían, otros sí, algunos reían sin ser conscientes y otros siéndolo.
Con el objetivo de evaluar el efecto de la sonrisa en el estrés, analizaron la recuperación del ritmo cardiaco. Los resultados fueron muy ilustrativos y es que, en todas las pruebas, la normalización del ritmo cardiaco fue más rápida en las personas que mantenían la sonrisa genuina, y más aún en quienes lo hacían de modo consciente.
Tras este grupo, los mejores resultados se dieron en quienes mantuvieron la sonrisa social, siendo también mejores los que lo hicieron de manera consciente.
Además, quienes sonrieron durante las pruebas tuvieron una menor disminución de las emociones positivas que quienes se mantuvieron neutrales. En ambos casos, los mejores datos se registraron en las personas que eran conscientes de que estaban sonriendo.
Atendiendo a este estudio, podríamos concluir que sonreír ante una prueba difícil o una situación molesta y desagradable, ayuda a una mejor recuperación física y un menor desgaste psicológico.
Relación entre la frecuencia diaria de la risa y las patologías cardíacas
Cabe citar al respecto de este tema, otro artículo muy interesante realizado en la Universidad de Tokio en el año 2016. EL objetivo de esta investigación, era determinar si había alguna relación entre la frecuencia diaria de la risa y las patologías cardiacas y los accidentes cerebrovasculares.
Para ello se tomó una muestra de 20.934 personas y tras ajustar factores como la hipercolesterolemia, la hipertensión o el sobrepeso entre otros, se vio que existía una asociación entre la frecuencia con la que las personas ríen cada día y la patología cardiovascular.
Aquellos que no reían nunca o casi nunca, presentaban un riesgo significativamente más alto, concretamente de un 21%, de sufrir una patología cardiaca, y aún mayor de sufrir un accidente cardiovascular, que alcanzaba el 60%.
Además, en ambos casos, el riesgo decrecía a medida que las personas reían con mayor frecuencia. Este segundo estudio, evidencia pues que reír tiene algún tipo de efecto beneficioso en la prevención de patologías cardiovasculares de diversa índole.
Sonreír sin autoengañarse
Llegados a este punto, creo que es importante no confundir sonreír con la negación o el autoengaño, y la forma más fácil de hacerlo es abordando una definición de los conceptos.
La negación se fundamenta en la invalidación de la realidad de aquello que, por diferentes motivos, uno desea o necesita negarse. El autoengaño por su parte, consiste en admitir una mentira y mantener una argumentación para sostenerla en el tiempo. El objetivo de ambas acciones es evitar la asunción de un hecho que de algún modo es doloroso para nosotros.
Cuando hablamos en este artículo de de cultivar voluntariamente la sonrisa, no tiene como objetivo ninguno de los casos anteriores. La sonrisa naíf no funciona. De hecho el autoengaño, conduce a la disonancia cognitiva, lo que a la postre genera un malestar mayor en la persona.
Lo que proponemos es que la sonrisa se convierta en una actitud, en un espacio interior desde el que afrontar la experiencia de la vida. Es decir, cultivar un porte sonriente para generar un estado endógeno en el que la disposición ante lo que toca vivir, transforme profundamente lo vivido.
Conclusión
Para ir finalizando este artículo, quiero destacar que sonreír no pretende evitar que, como humanos que somos, sintamos enfado, miedo, tristeza o cualquier otra emoción asociada a la realidad de nuestro tiempo. A lo que invita, es a crear un estado interior desde el que afrontar de un modo más resiliente y vital, cada una de las vicisitudes cotidianas.
Como se desprende de uno de los estudios anteriormente tratados, los participantes que introducían la mano en agua helada siendo conscientes de que estaban sonriendo se beneficiaban de sonreír. Y de eso es justamente de lo que se trata. No es que la sonrisa evite experimentar el frío, sino que cuando sonrío la experiencia estresante me afecta menos emocionalmente y mi cuerpo se recupera mejor. Ese es el kit de la cuestión.
No pretendemos que vayas por la vida con una sonrisa ingenua, inconsciente y que creas que por sonreír desaparece todo aquello que es desagradable, si no que entiendas que cultivar conscientemente el sonreír, puede ofrecernos un mejor lugar desde el que vivir, sin tener que esperar a que sea la vida quien me fuerce a ello.
Después de todo, parece que tenemos dos opciones: la primera depende de que la vida me ofrezca algo que me haga sonreír; la segunda consiste en elegir sonreír como una opción personal desde la que afrontar todo aquello que me dé la vida.
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#behealthy!
Referencias
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